Juan Huss: El graznido del ganso de Bohemia
Juan Huss nació el año 1370, y se convirtió en uno de los precursores de la gran reforma del siglo XVI. Originario de Hussenitz, aldea del sur de Bohemia, de la cual tomó su nombre. Su piedad y fervor religioso se manifestaron en él desde su infancia, cierta noche que leía la vida de san Lorenzo cerca de la chimenea, acercó su mano al fuego para probar hasta dónde sería capaz de soportar los tormentos que Lorenzo había sufrido. ¡Como si anunciase tempranamente la forma en que había de glorificar a Dios!
Fue también un joven brillante. Pese a la adversidad que le rodeaba, logró llegar a la Universidad de Praga, en la capital del país. Una vez allí, no sólo fue buen alumno, sino también un buen profesor. Huss tenía una personalidad muy atractiva, mezcla de inteligencia, seriedad y osadía, que se destacaba entre sus colegas.
Por
este tiempo fue nombrado predicador de la capilla “Belén un hecho que
tiene ribetes muy interesantes. Esta capilla había sido construida por
dos laicos, con el expreso deseo de que en ella se predicase la Palabra
de Dios al pueblo en lengua común. Cuando estuvo construida, ellos
pensaron que nadie mejor que Huss debía predicar en ella.
La luz llega en un libro
Poco
después ocurrió un hecho que sería decisivo para el resto de su vida:
llegaron a sus manos unos libros de Juan Wicliffe, un predicador inglés
muy popular en ese tiempo. En un principio, los libros le
desconcertaron, pero luego los apreció hasta convertirse en su
admirador. Juan Wicliffe reivindicaba con vehemencia la autoridad de las
Sagradas Escrituras, al tiempo que denunciaba la corrupción que había
en los ambientes religiosos. Su predicación poderosa y sus libros llenos
de luz habían llenado de gozo al pueblo, pero habían suscitado también
mucho revuelo.
Cuando
la luz de la verdad resplandeció en el corazón de Juan Huss, comenzó a
predicar en esa misma dirección. Inevitablemente, se ganó el odio de los religiosos. Aunque el pueblo le escuchaba de buena
gana.
Así como Wicliffe había remecido Inglaterra, Juan Huss habría de estremecer a Bohemia.
Cuando
la autoridad religiosa vio que la luz reformista comenzaba a tomar
fuerza, emitió un decreto para intentar suprimir el esparcimiento de los
escritos de Wicliffe, sabiendo que esa era la causa de aquel
estropicio. Sin embargo, esto surtió un efecto totalmente inesperado
porque toda la Universidad se unió a Huss para propagarlos.
Más
tarde se le prohibió predicar. Eso no bastó, sin embargo, para
callarle, debido al apoyo popular, y al hecho de que la capilla Belén
era de propiedad privada. Pronto otros habrían de imitarle, recorriendo
los pueblos y aldeas predicando al aire libre.
Poco
después fue excomulgado por negarse a ir a Roma. Esto trajo algunas
reacciones muy comprensibles para la época: El rey le quitó su apoyo y
le desterró de Praga. La misma ciudad, por prestarle apoyo, fue
anatemizada.
Ante
esto, algunos seguidores le abandonaron, pero otros le siguieron hasta
su destierro en su ciudad natal. Muchos acudían a oírle por curiosidad,
tal era la popularidad que había alcanzado el llamado “hereje¨ que las muchedumbres
se maravillaban de que un hombre tan modesto, tan serio y piadoso fuese
considerado como un demonio.
Desde
su destierro escribía a sus amados feligreses de “Belén hermosas cartas
llenas de ternura y espiritualidad: “Sabed, queridos míos, que si me he
separado de vosotros ha sido para seguir el precepto de nuestro Señor
Jesucristo, para no dar a los malos ocasión de incurrir en una
condenación eterna y para liberar a los buenos de aflicciones ... Pero
yo no os he abandonado para renegar de la verdad divina, por la cual,
con la asistencia de Dios, deseo morir En esos días dio a luz numerosos
libros que ayudaron a esparcir la verdad.
El concilio de Constanza
Sin embargo, se acercaba el día en que no sólo habría de predicar con sus palabras, sino con su vida toda.
En
noviembre del año 1414, la iglesia de Roma convocó a un Concilio en la
ciudad de Constanza, Alemania. Huss fue llamado a comparecer ante él.
Contando con el aval del rey y del emperador, sus amigos le dejaron
partir. El viaje fue apoteótico. Las cortesías e incluso la reverencia
con que Huss se encontró por el camino eran inimaginables. Por las
calles que pasaba, e incluso por las carreteras, se apiñaba la gente
para expresarle su afecto.
Al igual que su Señor, Huss tuvo también un traidor. Uno de sus antiguos
amigos encabezó la confabulación de quienes procuraban cazarle y
exponerle ante los miembros del concilio.
Durante el encierro
experimentó toda clase de privaciones que le trajeron mucho dolor, pero
que también suavizaron su carácter impetuoso. En esos días escribía a
uno de sus amigos: “Es ahora cuando aprendo a repetir los acentos de los
salmos, a orar, a contemplar los sufrimientos de Cristo.
En medio de
las tribulaciones comprendemos mejor la Palabra de Dios expresaba. Entre tanto, los
delegados del concilio intentaban afanosamente quebrantar su voluntad,
obteniendo una retractación antes de que éste compareciera a declarar.
Ellos temían que Huss hiciera uso de la palabra, tanto como las
tinieblas temen a la luz.
Luz en la cárcel
Durante su larga permanencia en la cárcel –pues luego fue trasladado,
para mayor seguridad, al castillo de Gotleben la indignación que en otro
tiempo solía subir a su corazón cuando era víctima de alguna
injusticia, se había trocado en dulzura y humildad. Esta humildad y
resignación le ganaron las simpatías hasta de sus mismos carceleros,
quienes acudían a pedirle instrucción y consejo. A petición de ellos
escribió algunos tratados, como: “Los diez mandamientos “La oración
dominical “El matrimonio “Los tres enemigos del hombre y “Del cuerpo y
de la sangre de nuestro Señor Jesucristo En las portadas de los tratados
puso los nombres de los carceleros a cuya petición los había escrito.
Las cartas escritas por Huss en sus últimos días en la prisión son una
de las páginas más heroicas y espirituales de la literatura cristiana.
En ella invita a sus amigos a permanecer firmes en sus convicciones y a
no buscar vengar su muerte, que ya veía como inminente.
Si le asaltaba algún temor en vista del suplicio con que le amenazaban,
tomaba su Biblia y hallaba consuelo en las promesas de Dios. El ejemplo
de aquellos que habían sido fieles hasta la muerte le infundía aliento.
Escribía en una de sus cartas: “Hallo consuelo en estas palabras del
Salvador: “Bienaventurados sois cuando os vituperen y os persigan, y
digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos,
porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron
a los profetas que fueron antes de vosotros.
Testimonio ante los hombres
A los nueve meses de estar prisionero, le
llevaron ante el concilio. Trajeron algunos de sus libros y le dijeron
si los reconocía como suyos. Luego de examinarlos, dijo:
Míos son, y si alguno de vosotros me hace ver en ellos alguna proposición errónea, la rectificaré con la mejor voluntad.
Empezó la lectura y acusación. Huss quiso responder, pero apenas había
dicho una palabra, se levantaron de todas partes clamores tan confusos
que fue imposible hacerse oír. Cuando se apaciguó el tumulto, Huss hizo
una cita del evangelio, pero le interrumpieron de nuevo. Unos le
acusaban, otros se burlaban. Él guardó silencio.
Ved –decían cómo calla; claro es que ha enseñado estas herejías.
A lo que él respondió:
Esperaba aquí otro recibimiento; creí que sería escuchado. No puedo dominar tanto ruido, pero si me escucharan, hablaría.
Ese primer día no fue posible seguir la sesión, así que se solicitó que al día siguiente estuviera presente el emperador.
Al día siguiente, ante el emperador, dijo:
Excelentísimo Príncipe: No he venido aquí con la intención de sostener
nada tercamente. Si me enseñan cualquier cosa demostrándome ser mejor y
más santa que lo que yo he enseñado, estoy pronto a retractarme.
Pero como nadie estuvo dispuesto a emprender semejante demostración, se dio por terminada la sesión.
En la tercera sesión le presentaron 26 artículos que declararon
contrarios al dogma de la Iglesia. Huss reconoció como auténticamente
suyos 21 de ellos, y dio algunas explicaciones que no satisficieron al
concilio. El emperador lo amenazó con la hoguera, pero Huss contestó que
él se atenía a la sentencia de Jesucristo, el Juez Todopoderoso, quien
no le juzgaría por falsos testimonios.
El emperador era uno de los más interesados en obtener la retractación
de Huss, a causa del salvoconducto que le había otorgado, pero todo fue
en vano. Ni súplicas, ni seducciones, ni amenazas pudieron conmover al
valiente testigo de Cristo. El Señor, en su misericordia, hizo que a
través de él la luz brillase en ese lugar, pero ellos no pudieron verla.
El día final
El 6 de julio de 1415 fue llevado por última vez al concilio, y como no
aceptase retractarse, le humillaron, desnudándole de sus vestidos
sacerdotales. Luego le rasparon con una navaja las yemas de los dedos, y
en lugar de la tonsura le pusieron en la cabeza una corona piramidal de
papel en la que habían pintado unos diablos espantosos con la
inscripción: “El heresiarca
Molestos, los prelados le dijeron en latín: “Entregamos tu alma al diablo Sin embargo, Huss entregó su alma a Dios, agregando:
Yo llevo con alegría esta corona de oprobio por amor del que por mí la llevó de espinas.
Marchó al suplicio seguido de los príncipes, escoltado por ochocientos hombres armados y rodeado de una muchedumbre.
Al pasar delante del palacio episcopal, vio una gran hoguera en la que se quemaban sus libros. Huss sólo sonrió.
El ganso es sacrificado
Al llegar al lugar, Huss se arrodilló y repitió algunos salmos. El
sacerdote destinado a confesarlo le dijo que abjurara de sus errores, a
lo que Huss respondió:
No me siento culpable de ningún pecado mortal y, pronto a comparecer
ante Dios, no compraré la absolución sacerdotal con un perjurio.
Quiso hablar al pueblo en alemán, pero no se le permitió.
Mientras oraba con los ojos alzados al cielo pidiendo el perdón de sus
enemigos, se le cayó la corona de papel, pero los soldados la recogieron
y se la volvieron a poner, diciendo que debía ser quemado con los
diablos a quienes había servido.
Clavaron en tierra una gran estaca a la cual le amarraron con una
cadena, y como por casualidad estaba con la cara vuelta al oriente,
algunos exigieron que, por ser hereje, le volviesen hacia el occidente.
Lo cual hicieron. Al verse así amarrado dijo, sonriente:
Mi Señor Jesús fue atado con una cadena más dura que ésta por mi causa, ¿por qué debería avergonzarme de ésta tan oxidada?
El elector palatino le invitó por última vez a retractarse, pero él respondió:
Tomo a Dios por testigo de que nunca he enseñado herejía. Mis discursos y
mis escritos han sido hechos con el único fin de arrancar las almas de
la tiranía del pecado. Por esto sellaré alegremente hoy con mi sangre la
verdad que he enseñado, escrito y publicado y que está confirmada en la
Ley divina y por los santos padres.
Luego le dijo al verdugo:
Vas a asar un ganso (“huss significa ganso en lengua bohemia), pero
dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás ni asar ni
hervir Estas palabras fueron una profecía que se cumplió en Martín
Lutero, quien apareció al cabo de unos cien años, y en cuyo escudo de
armas figuraba un cisne.
Al encenderse la hoguera, Huss exclamó:
Jesús, Hijo del Dios viviente, ten misericordia de mí.
Cuando el fuego ya ardía, una mujer, en un arrebato de fanatismo, se
acercó a echar un brazado de leña. Ante lo cual, Huss se limitó a decir,
con compasión:
¡Santa sencillez!
Luego se puso a cantar un himno con voz tan fuerte y tan alegre, que se
oía a través del crepitar de la leña y del fragor de la multitud. Era el
graznido del ganso, un canto muy dulce que ha llegado hasta hoy.